domingo, 8 de junio de 2008

Periquita presentó a Raulito como su padrino para la boda. Tenía nueve años y un atuendo que lo delataba como un niño inquieto: zapatos de charol, bermuda hasta las rodillas, faja cruda, camisa blanca abrochada hasta el último botón y un pequeño moño del color de la faja. Era el único amigo de Periquita sin discapacidades físicas, aunque ansiaba cortarse una mano para ponerse un garfio. Periquita le había prometido cumplirle el sueño cuando tuviera diez años. Raulito, al ver el brazo cortado de Arévalo, quedó fascinado con su muñón y se le tiró encima para acariciarlo. “Es perfecto… -repetía, mientras lo estudiaba concentrado- Perfecto… yo que usted me pondría un garfio”.
[…] De regreso en la catedral, Arévalo acercó la silla de ruedas al edificio y empujaron las pesadas puertas. Su crujido distrajo el rezo del cura, quien en soledad oraba por la salvación de la ciudad. Raulito había comenzado a saltar de un banco a otro, hasta llegar a la hilera de santos. Los brillosos mantos de los que tenían los brazos extendidos prometían ser unos excelentes toboganes. La voz de su amiga ya se dirigía al párroco para exigirle que los casara y que le asegurara que tanto Arévalo como ella irían al cielo.

2 comentarios:

Mica Hernández dijo...

muy bueno Lea!!Queremos más lados B! Me hace acordar un niño que conocí..

Malvina dijo...

Excelente, Lea... impecable!

Giveme more!!!