sábado, 17 de septiembre de 2011

Una cuestión de perspectiva, por Maxi Tomas, Suplemento Cultura, Diario Perfil

Hace algunos meses, en una charla sobre edición y crítica literaria, el moderador de la mesa preguntó a los participantes, editores y directores de revistas y suplementos culturales cómo veían la situación de la literatura argentina actual. Luego de pensar unos segundos y de mencionar a Borges, Cortázar y Bioy Casares, uno de ellos, bastante convencido, deploró el panorama contemporáneo asegurando, palabras más o menos, que hoy por hoy en la Argentina no pasaba nada relevante. Minutos después, cuando me tocó el turno de hablar, aseguré que opinaba más bien todo lo contrario: que era éste, precisamente, uno de los momentos más ricos y promisorios de la literatura nacional. Que no sólo había muchos escritores notables produciendo, sino que, además, es un tiempo en el que por fortuna, una vez más, parece que todo está por hacerse.
¿Qué argumentos respaldaban esa opinión? Ni más ni menos que las evidencias que viene arrojando, en los últimos años, el campo cultural y la industria editorial. Sin forzar demasiado las cosas, se puede ver que, en la actualidad, conviven diversas generaciones y tendencias narrativas que se nutren de manera recíproca, y que, a diferencia de lo sucedido en el pasado reciente (Borges, los escritores del boom, Puig, Walsh), no hay un nombre rector que polarice la atención de los lectores por sobre los demás. Los escritores nacidos en la década del 50 (Sergio Bizzio, Alan Pauls, Marcelo Cohen, Juan Forn, Sergio Chejfec, Daniel Guebel, Matilde Sánchez, Ana María Shua) están en plena actividad, al igual que los nacidos en la década posterior (Rodrigo Fresán, Pablo Ramos, Guillermo Martínez, Damián Tabarovsky, Pablo de Santis, Martín Kohan, Carlos Gamerro); algunos de ellos incluso, luego de varios libros publicados, están logrando construir un público propio, y obteniendo premios que comienzan a otorgarles visibilidad fuera de las fronteras nacionales.
Detrás de ellos fue surgiendo, poco tiempo atrás y con la fuerza de su prepotencia creativa, la autogestión, las lecturas públicas, las antologías colectivas y el diálogo entre pares, el grupo de nombres más reconocible de escritores nacidos en los 70: Oliverio Coelho, Gonzalo Garcés, Juan Terranova, Washington Cucurto, Ariel Magnus y Pedro Mairal, entre muchos otros. Y, por si todo esto fuera poco, comienzan ya a publicar sus primeros libros algunos autores nacidos en la década del 80, como Federico Levín, Violeta Gorodischer y Leandro Avalos Blacha, el ganador de la primera edición del premio literario Indio Rico, organizado por la editorial Entropía y cuyo jurado integraron Pauls, Daniel Link y César Aira.
Berazachussetts, la novela de Avalos Blacha –donde se advierten las influencias del delirio narrativo de Alberto Laiseca, uno de los nombres mencionados por el autor en la dedicatoria del libro– es, tal vez, una de las más gratas sorpresas editoriales de los últimos tiempos. Extremadamente divertida e inteligente, cuenta los devenires de una zombie punk, de un grupo de docentes desquiciado, de la cruel lisiada Periquita y del corruptísimo Franciso Saavedra, ex intendente de Berazachussets, terreno imaginario del Conurbano donde se compra y vende con “patachussetts”, se organiza una revuelta socialista a manos de un grupo revolucionario de zombies liderado por un cantante de cumbia, y se desata una hecatombe con claras reminiscencias a la crisis social y política de 2001. Suficientes nombres (aunque falten mencionar muchos) y suficientes libros como para afirmar que la literatura actual vaga a la deriva, ¿o no?

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